La captura de Atahualpa, batalla de Cajamarca, matanza de Cajamarca, o masacre de Cajamarca fue un ataque sorpresa realizado por el contingente de Francisco Pizarro sobre la comitiva de Atahualpa.
Este hecho ocurrió en la tarde del 16 de noviembre de 1532, en la Plaza de Armas de Cajamarca, que terminó con la captura del Inca Atahualpa, luego del cual marcó el inicio de la conquista del Tahuantinsuyo; por parte de los españoles.
La emboscada tuvo una duración breve de 30 minutos. La acción derivó en una avalancha humana que produjo una estampida de enorme mortandad entre los presentes dentro del recinto.
Según narran algunos escritos dejados por los españoles, el Inca notó que Valverde miraba su breviario antes de pronunciar las frases del Requerimiento y con curiosidad se la pidió. Algunas representaciones decoran aún más esta escena y describen que el fraile Valverde comenzó su discurso con las palabras: «Escucha la palabra de Dios…» Cuando Atahualpa interrumpió al cura y le preguntó irritado de dónde venía la palabra de Dios, Valverde le entregó su breviario. Como Atahualpa desconocía la escritura, cogió el libro, lo revisó y se lo acercó al oído, indignándose porque no oía la «palabra» anunciada ni sentía que ese objeto fuera así de poderoso, por lo que lo lanzó muy lejos con furia, gritando que él no se sometería ante nadie por ser el hijo del sol, y que no conocía la religión de la que el cura le hablaba; asimismo exigió que los españoles pagaran por los desmanes que habían cometido desde su llegada a suelo de su reino.
El cronista y testigo presencial Pedro Pizarro narra la escena de la siguiente manera:
«El sacerdote tenía en sus manos un breviario del cual leía lo que predicaba. Atabalipa lo quiso y se lo dio cerrado. Cuando lo tuvo en sus manos y no supo cómo abrirlo, lo tiró al suelo. Llamó a [Hernando de] Aldana para que viniera y le diera su espada. Aldana lo sacó y lo mostró, pero no quiso renunciar a él. Atabalipa entonces dijo que eran ladrones y que los mataría a todos. Cuando el cura oyó esto, se dio la vuelta e informó al marqués [Francisco Pizarro] de lo sucedido.»
El cronista de Pizarro.
Martinillo recogió el libro y lo alcanzó a Valverde, quien corrió hacia donde Pizarro, gritándole: «¡Qué hace vuestra merced, que Atabalipa está hecho un Lucifer!», para luego dirigirse hacia los soldados españoles, contándoles que el Inca había arrojado los Evangelios por tierra y rechazado el Requerimiento, por lo que les incitó a que salieran a combatir al “idólatra”, que tendrían la absolución.
Fue así que Pizarro ordenó a sus hombres a que entraran en acción; sonaron las trompetas y simultáneamente, el artillero Pedro de Candía disparó uno de los falconetes que estaban en la cima de la torre (el otro se averió), impactando el disparo en medio de la masa humana, matando y mutilando a los que en su línea de fuego encontró.
Y antes de que los sorprendidos indios se recuperasen, los jinetes españoles, al grito de «¡Santiago, Santiago!», salieron estrepitosamente barriendo todo lo que tenían delante, seguidos de una tropilla de negros y nativos con corazas, estoques y lanzas. Simultáneamente, el otro escuadrón de españoles abría fuego con sus mosquetes desde larga distancia. Se produjo un gran caos, pues los pocos guerreros armados no tuvieron tiempo de sacar sus porras, las cuales tampoco eran de mucha ayuda contra los tiros lejanos españoles y los caballos.
La mayoría de la masa espectadora trató de salir del complejo para alejarse de la masacre, y como la única puerta principal estaba abarrotada cargaron contra uno de los muros, haciendo un forado en este, y salieron del complejo.
Los españoles arremetieron especialmente contra los nobles y curacas, que se distinguían por sus libreas (uniformes) con escaques de color morado. «Otros capitanes murieron, que por ser gran número no se hace caso de ellos, porque todos los que venían en guarda de Atahualpa eran grandes señores.» (Jerez). Entre esos capitanes del Inca que cayeron ese día figuraba Ciquinchara, el mismo que había oficiado de embajador ante los españoles durante el trayecto entre Piura y Cajamarca.
El principal blanco del ataque español era Atahualpa y sus comandantes. Pizarro se dirigió a caballo hacia donde estaba Atahualpa, pero el Inca no se movió. Los españoles cortaron las manos o brazos de los asistentes que portaban la litera de Atahualpa para obligarlos a dejarla caer y poder alcanzarlo. Los españoles estaban sorprendidos porque los asistentes ignorando sus heridas, y con sus miembros todavía sanos, sostuvieron la litera hasta que varios de ellos fueron matados y la litera volcó.
Atahualpa permaneció sentado en la litera mientras que un gran número de asistentes se apresuraron a colocarse entre la litera y los españoles, dejando que los infantes los mataran. Mientras Juan Pizarro y los suyos cercaban al Señor de Chincha y lo mataban en su litera, Francisco Pizarro cabalgó entre ellos hasta donde Andrés Contero que había extraído a Atahualpa de la litera. Mientras que sucedía esto, otros soldados también alcanzaron la litera y uno de ellos intentó matar a Atahualpa. Reconociendo el valor del Inca como prisionero, Pizarro se interpuso a tiempo, gritando que «nadie hiera al indio so pena de la vida… »; se dice que en ese forcejeo, el mismo Pizarro sufrió una herida en la mano.
La fuerza principal de Atahualpa al mando de Rumiñahui, que había conservado sus armas pero permanecía «alrededor de un cuarto de legua» fuera de Cajamarca, se dispersó en confusión cuando los sobrevivientes de los que habían acompañado al Inca huyeron de la plaza, derribando los muros de la ciudad.
Los guerreros de Atahualpa eran veteranos de sus recientes campañas contra Huáscar y constituían el núcleo profesional del ejército inca, guerreros experimentados que superaban en número a los españoles en más de 45 a 1 (8.000 a 168). Sin embargo, el impacto del ataque español, junto con el significado espiritual de perder al Inca y a la mayoría de sus comandantes de un solo golpe, aparentemente destrozó la moral del ejército, aterrorizando a sus filas e iniciando una derrota masiva. No hay evidencia de que alguna de las principales fuerzas incas intentara enfrentarse a los españoles en Cajamarca después del éxito de la emboscada inicial.
Como resultado del encuentro, entre 4000 a 5000 personas murieron (entre sirvientes y guardias atahualpistas, junto a terceros que allí se encontraban, como los pobladores de Cajamarca y varios orejones huascaristas enviados con ofrecimientos de parte del Inca cautivo), otros 7000 fueron heridos o capturados, según los cronistas los españoles tuvieron solo un muerto (un esclavo negro)6 y varios heridos.
La esposa de Atahualpa, Cuxirimay Ocllo (que por entonces tendría entre 13 y 15 años de edad), estaba con el ejército y acompañó a Atahualpa mientras estuvo prisionero. Después de su ejecución fue llevada al Cuzco y adoptó el nombre de doña Angelina. Hacia 1538 era la concubina de Francisco Pizarro, con quien tuvo dos hijos, Juan y Francisco.
Después de que Pizarro fuera asesinado en 1541, ella se casó con el intérprete Juan de Betanzos quien escribió posteriormente Suma y narración de los incas, cuya parte primera cubre la historia de los incas hasta la llegada de los españoles, y la segunda parte abarca la conquista hasta 1557, principalmente desde el punto de vista de los incas e incluye menciones a entrevistas con guardias del Inca que se encontraban cerca de la litera de Atahualpa cuando fue capturado. Hasta 1987 solo se conocían los primeros capítulos de la parte primera, hasta que en 1987 se encontró y publicó el manuscrito completo.
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