Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
La Real Academia Española (RAE) puntualiza la “elegancia” así: “Es la cualidad de ser elegante, es decir, de tener distinción, refinamiento, gracia, estilo, garbo, finura, gentileza, gusto, delicadeza”. Esta palabra proviene del latín elegantia y expresa «buen gusto» o «refinamiento»; deriva del verbo eligere, que significa «escoger» o «seleccionar».
Al respecto, la primera impresión general está referida a la óptima vestimenta y apariencia. De allí que, al abordar este tema, es frecuente vincularlo con el buen gusto para seleccionar la ropa adecuada en concordancia con la hora, edad, clima, lugar, características físicas y acontecimiento. Este término se ha circunscrito solo con el atuendo: esto es un error. Sin embargo, esta percepción equivocada merece la especial atención de innumerables hombres y mujeres.
En esta distorsión tienen directa responsabilidad aquellos cuyo discurso se encamina hacia ese propósito. En tal sentido, ratifico lo afirmado en anteriores ocasiones: se ha contribuido a restar importancia a un asunto de imponente dimensión e implicancia. Se omite entender y valorar, desde una perspectiva más amplia, su real connotación.
Convendría propalar la utilidad de la “elegancia”, como parte de múltiples nociones, en el proceso formativo desde los niveles más básicos. Por lo tanto, en el sistema pedagógico y en el entorno familiar debiera estimularse su aprendizaje. Una observación: para aleccionar se requiere albergar normas, creencias, virtudes y maneras de convivir con nuestros semejantes predestinados a potenciar este concepto.
A la luz de un sencillo análisis concluiremos que cuantiosos individuos soslayan, en un sinfín de escenarios, exhibir un perfil capaz de garantizar una óptima educación a las nuevas generaciones. Es un asunto incómodo e inconveniente considerando la ausencia de agudeza intelectual para analizar la conducta humana y su compatibilidad con las habilidades blandas.
La “elegancia” esquiva tratarse de una cuestión frívola, superficial y elitista y, además, enlazada en función de jerarquías, procedencias o peculiaridades socioeconómicas. La advierto como una manera de proceder en el campo íntimo, social y empresarial. A continuación, comparto mis impresiones concernientes al rol de un vocablo que aconsejo merecer introspectiva atención en todos nosotros, sin distinción de sexo, edad, origen y actividad que llevemos acabo. Describo situaciones que puede serle conocidas.
La manera de comunicarnos, aunque pase inadvertida para algunos, denota la “elegancia” personal. No solo es esencial lo expuesto; la forma de transmitir nuestro mensaje oral refleja la formación, la cultura, la composición emocional, entre otros alcances. El tono de voz, la dicción, la seguridad, la mirada y la sonrisa permiten visualizar detalles circunscritos con la personalidad.
El apego a la cultura en sus variadas manifestaciones como la pintura, la literatura, la música, la lectura, etc. representa un termómetro de la “elegancia” de un ser humano comprometido con su desarrollo y superación. Ésta engrandece la conciencia crítica, fortalece el temperamento, expande las destrezas blandas, impulsa las capacidades reflexivas y facilita una visión más compleja del mundo.
La reacción ante situaciones de tensión, conflicto o discrepancia revela la genuina “elegancia”. En estas eventualidades se aprecia la inteligencia emocional, el temple, la urbanidad y amplitud de convivencia. Un prójimo puede albergar títulos académicos, crecimiento profesional y excelente apariencia. Pero, en estas peripecias su actuación definirá su fidedigna identidad.
Practicar gestos, inusuales en nuestros días, como retribuir una invitación, enviar una esquela de felicitación y/o saludo en ciertas efemérides, entregar un obsequio en momentos especiales, remitir un texto de agradecimiento acompañado de unas flores, llevar un postre y/o botella de licor para compartir cuando somos invitados en una ocasión familiar o amical, son magníficos detalles que denotan “elegancia”.
Honrar la palabra y poseer elevados principios, sentido del honor, la dignidad y cumplimiento del deber, simbolizan su “elegancia”. Es común sortear darte significación como afirmación de la lacerante crisis moral que aturde al mundo contemporáneo. Los sólidos valores y el elevado sentido de la ética son cualidades que realzan y distinguen. Al mismo tiempo, de constituir un referente inspirador.
La “elegancia” posibilita presumir, con autenticidad y sencillez, nuestra imagen, estilo y actitud. Obviemos intentar adquirirla a través de un manual o en cursos de capacitación; recomiendo forjarse desde el espacio espiritual y trasladarse, con coherencia, transparencia y fluidez, en los actos externos. Se alimenta de nuestros positivos sentimientos hacia el prójimo y el entorno en el que habitamos.
Es una “carta de presentación” que conviene integrar en nuestras prioridades, afanes e ilusiones con la intención de enriquecer nuestra forma y calidad de vida. Es categórica en nuestro bienestar personal y colectivo. Amigo lector, lo invito a meditar acerca de las aseveraciones del recordado conferencista mexicano Miguel Ángel Cornejo: “La realización es la expresión plena de nuestras potencialidades, y el único camino para lograr la excelencia, es tener el valor y el coraje de extraer lo mejor de nosotros mismos”.
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/
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