Por: Carlos Enrique Penalillo Pimentel (*)
Título perfecto para lo pensado en escribir a raíz de una conversación con una simpática señora encargada de la limpieza del gimnasio al que acudo hace algún tiempo. Para esto deseo comentar que, por indicación médica, inicié un trabajo de rutinas de ejercicios físicos con el fin de regular mis niveles de glucosa, habiéndome declarado prediabético y, además, presentar síndrome metabólico por problema hereditario de dislipidemia mixta (colesterol y triglicéridos altos).
Obviamente tenía que acompañarse de un régimen alimentario equilibrado e hipocalórico que incluían restricciones ya tomadas tiempo atrás, como la se ingerir solo berries (arándanos, fresas, aguaymanto, frambuesas, moras, etc.), ninguna otra fruta por su alto nivel de fructuosa.
Para entrar al tema, resulta que el gimnasio más cercano a mi domicilio es una cadena conocida y frecuentada en su mayoría por personas de nivel socioeconómico “A”. Accedí a una promoción amigable por seis meses. Inicié a fines de octubre con una excelente predisposición y amabilidad de la mayoría de entrenadores (coach) que día a día se esmeraban en su atención para luego ir deslizando sus ofertas para que sean mi entrenador personal (personal trainer) por un elevado costo adicional, lo que no acepté debido a que mi finalidad era médica y no estética.
Por razones de horario de trabajo los días sábados no puedo ir, el resto de días asisto de tarde y los domingos de mañana, después de ir a misa. Algunas semanas después ya adecuándome a los ejercicios, que por décadas dejé de realizar, me hice unos controles analíticos y efectivamente mis niveles de glucosa bajaron a 80 mg/dL luego de haber llegado a tener por encima de 115 mg/dL.
Definitivamente los años de experiencia de la endocrinóloga no son en vano, le estoy agradecido por esa recomendación y por no haberme recetado ningún medicamento como metformina, por ejemplo, que otro médico me recetó años atrás.
Regresando al tema en cuestión. Estando casi a diario en el gimnasio, no pude dejar de observar ciertos comportamientos de los asistentes que realmente dejan mucho que desear, empezando por la falta de respeto y consideración: vocabulario inadecuado y soez tanto de jóvenes como de adultos mayores; incumplimiento de las disposiciones internas en el uso de mancuernas, pesas y colchonetas que las deben dejar en su sitio correspondiente; mal uso de los servicios higiénicos, provocando atoros innecesarios en inodoros y lavatorios; “apropiación” de dos o tres máquinas simultáneamente, colocando sus toallas encima dejándonos al resto en espera; los populares “turnamos” de quienes efectúan sus rutinas desesperadamente en tres o cuatro máquinas a la vez sin importarles alterar la secuencia normal de los demás; los que arrancan los pines o fierritos, que sirven para colocar el nivel de peso en los equipos, inutilizándolos para el siguiente usuario; papel toalla usados y botellas descartables vacías arrojadas por doquier.
La educación viene de casa, las pésimas costumbres por lo general se adquieren por imitación a nuestros progenitores. Hace un par de semanas observaba a una correcta señora adulta mayor haciendo su rutina al frente mío, terminando sus secuencias agarró las mancuernas y las llevó al soporte destinado para ellas. Realmente me quedé sorprendido ya que en los cuatro meses que asisto, fue la primerísima vez que vi a un cliente hacerlo.
Dos días después pasa la dama de limpieza y le comenté la buena actitud de la señora con las pesas y mancuernas mientras ella acomodaba todo el desorden dejado por otros. Inmediatamente me respondió: “Eso no es nada señor, estando haciendo limpieza en el baño de mujeres las señoritas tiraban los papeles al piso y al indicarles que por favor usen la papelera me dijeron ‘para eso estás tú’”.
Definitivamente queda comprobado: la excelsa educación se traduce en el más bello signo de respeto al ser humano. ¿Qué se creen las personas cuando maltratan a un humilde ser humano y alteran o pisotean sus derechos? Este suceso muestra un acto incorrecto de comportamiento y un gesto de discriminación propio de sociedades, como la nuestra, marcada por una sucesión de actuaciones reveladores de la enorme inequidad, desigualdad y ausente empatía.
La urbanidad y buenas costumbres siempre deben permanecer vigentes y, especialmente, tienen que evidenciarse en todo tiempo, momento y lugar, por encima de cualquier condición socioeconómica. Constituyen una manera de forjar sanas y recíprocas relaciones de convivencia humana.
(*) Lic. Tecnólogo Médico en Laboratorio Clínico y Anatomía Patológica. Especialista en Hemoterapia y Banco de Sangre. Estudios de Maestría y Doctorado en Educación.
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gracias por la lectura: empezemos por nosotroso mi8smos y asi poco a poco avanzaremos.