Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Todos enfrentamos, en nuestro quehacer cotidiano, innumerables situaciones en las que confluyen dos variables negativas enraizadas en hombres y mujeres: intolerancia e incultura. Éstas lesionan la calidad de vida de la sociedad al perturbar los mínimos estándares de entendimiento que deben prevalecer en cualquier momento y escenario.
Detengámonos un instante a analizar la connotación de la tolerancia y la cultura para seguidamente comentar la exasperante insuficiencia de estas condiciones y, con especial énfasis, sus secuelas en el bienestar colectivo. Estamos ante un tema alarmante por sus severos impactos.
Empezaré precisando ciertas ideas. La tolerancia es la capacidad de aprobación de un individuo a otro por encima de la diferencia de convicciones o normas establecidas. Consiste en ponderar las opiniones, creencias o prácticas ajenas cuando son contrarias a las propias; escuchar y aceptar a otros, comprendiendo el valor de los distintos modos de entender al prójimo. Está acompañada de la empatía, la autoestima y de reacciones internas que fluyan de manera inequívoca y natural. Pero, su aplicación es compleja en un ambiente en el que está arraigada la prepotencia.
La cultura posee inapreciables ventajas: ofrece la virtud de convertirnos en seres racionales, críticos y solventes en términos éticos; incita discernir los valores; estimula procesos reflexivos y de toma de conciencia; sensibiliza y despierta sentimientos de pertenencia; suscita la comprensión y alienta la intuición; enriquece la inteligencia interpersonal e intrapersonal.
También, es un indicador de sapiencia. Aconsejo acercarnos a la literatura, la historia, el arte, la música, entre otras opciones. Viajar amplía la perspectiva al ilustrado; al ignorante solo le ofrece kilometraje. Dentro de este contexto, la lectura envuelve nuevas destrezas. Cuando visito familiares y amigos diviso unos cuantos desgastados libros básicos y desactualizados que evidencian severa estrechez formativa y lacerante limitación intelectual. La biblioteca de un hogar es el espejo de sus ambiciones, indicador de su prioridades y enunciación de su dignidad.
Alguna vez se ha preguntado: ¿Por qué existe tanta intolerancia? ¿Qué ilación tiene la intolerancia y la incultura? ¿Cómo la cultura induce el despliegue de las habilidades blandas? ¿Qué factores generan tan altas manifestaciones de intolerancia e incultura? Solo son varias de las múltiples interrogantes que, con ánimo introspectivo, me permito presentar a fin de explicar mis puntos de vista.
En estos tiempos somos víctimas de variadas expresiones de intransigencia, enfado y exacerbación en las redes sociales, el centro de labores, la familia, la pareja, etc. Es decir, la intolerancia se ha convertido en un elemento inherente en la conducta social; una especie de ADN ante el que, únicamente, actuamos con resignación, agresión o apatía.
Ésta la experimento con un sinnúmero de personas que, en la mayoría de las circunstancias, llevan consigo una inocultable incultura, más allá de la edad, procedencia, actividad o condición. La combinación de ambas peculiaridades nocivas hace más difícil la reciprocidad por la influencia que conllevan. A mi parecer, un individuo definido por su intolerancia e incultura es una “bomba de tiempo”.
Tengamos en consideración las implicancias de la intolerancia. Resulta perjudicial en el discernimiento y la aceptación de opiniones, afirmaciones o determinaciones ajenas e implica dureza y rigidez para defender o argumentar las propias ideas que, además, se creen absolutas e inquebrantables. Al mismo tiempo, afianza la exigüidad de empatía e inteligencia emocional. Sin embargo, es usual percatarnos de un sinfín de estas respuestas acompañadas de discusiones acaloradas y de rasgos de irritación. Esto bloquea el entendimiento, el trabajo en equipo, la saludable plática y la óptima convivencia.
A esto debemos agregar la innegable incultura vigente. Me parece una ausencia de consideración cuando se señala: “respete mi opinión”, “todo el mundo lo hace”, “se ha normalizado”, “así dicen”, para justificar su carencia de seriedad, información, argumentación e inequívoca inopia. Al respecto, comparto lo dicho por el filósofo español José Antonio Marina Torres: “…La respetabilidad de las opiniones depende de su contenido. Y puede haber opiniones estúpidas, opiniones blasfemas, opiniones injustas, opiniones racistas. No, no, respete usted mi opinión (me dicen las personas). La respeto o no la respeto. Depende de cómo sea su opinión”.
La incultura simboliza la decadencia de la sociedad, limita las posibilidades de evolución, confina interpretar la vida, obstaculiza el crecimiento interior y crea condiciones para la manipulación, motiva frecuentes gestos o actos de imprudencia, entre otros desenlaces. Habitamos un medio en el que ésta prevalece. El ignorante rehúye reconocer sus orfandades y, en consecuencia, asevera lo primero que viene a su mente o lo que dicta su exiguo sentido común. Si omite tener autocontrol y cordura se arrogará posturas altisonantes. ¡Recuerde!
Una observación: al parecer los destinos de la gente están encaminados hacia otros objetivos. De allí que, se evade admitir el insoslayable rol de la cultura como preponderante en su progreso integral, tampoco se encuentra aparente utilidad, se percibe como aburrida, distante y alejada de las primacías predestinadas a la subsistencia diaria. Es preocupante -y reflejo de la severa crisis que aturde a los mortales- comprobar el desdén con el que se adjudica su extraordinaria participación en el engrandecimiento personal. Este punzante fenómeno transversal esquiva diferenciar procedencias económicas, edades, profesiones, sexos, etc.
Contribuyamos a forjar una comunidad en donde la tolerancia y la cultura sean pilares centrales en la prospera vinculación general. Es un imperativo comprometernos en este afán de indudables y favorables repercusiones para fomentar una mejor existencia mutua. Por último, transcribo dos citas convenientes a los propósitos de este texto: “Concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia” (Lichtenberg) y “La persona que en verdad es culta utiliza sus conocimientos y comprensión para elevar y enriquecer a los que lo rodean y nunca para humillarlos” (Dietrich Schwanitz).
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/
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