Néstor Díaz: un mundial para Perú

Por: Néstor Díaz

Algo positivo sucedió en nuestro país durante este invierno tardío, en medio de los escándalos televisivos, las discusiones sobre si juega «Cuevinha» o no, y las noticias de baja calidad que inundan las mañanas. Se llevó a cabo en nuestra tierra el primer Mundial de Vóleibol Femenino Sub-17 de 2024, un evento sin precedentes en un continente donde los europeos y norteamericanos suelen monopolizar los principales torneos deportivos.

Sí, señores, Lima fue el escenario de la competición más importante para las jóvenes voleibolistas en edad formativa. Muchos ni siquiera estaban al tanto de este gran evento, hasta que «las matadorcitas» se enfrentaron a Argentina en los octavos de final.

El Coliseo Dibós vibró con cada remate, recepción y salvada de las peruanas, enfrentando a un equipo argentino que las superaba en altura por diez centímetros. Sin embargo, en ciertos encuentros, la estatura y el biotipo no son lo que define el resultado; basta con tener ganas, perseverancia y la habilidad de enviar la pelota al campo rival como una bala fulminante o con una sutil colocada que haga que el marcador suba a favor.

Las dirigidas por Antonio Rizola se llevaron la victoria, respaldadas por una hinchada que no se sentó en ningún momento, gritando y cantando hasta el punto final del quinto set. Durante el partido, el técnico brasileño pedía calma con señas, ocultando su rostro tras la pizarra mientras daba instrucciones. Pero cuando las blanquirrojas sellaron el punto decisivo, Rizola se desató en una explosión de júbilo y celebró con abrazos y rugidos, como un león invicto.

Mientras tanto, los revendedores de entradas hacían su negocio en las afueras del coliseo. Se aproximaba la batalla de cuartos de final contra Japón. En la tribuna de honor, Rosa García, de la época dorada del vóleibol peruano (medalla de plata en Seúl 88), y Stefano Peschiera (medalla de bronce en París 2024, en vela) contagiaban su entusiasmo a las jugadoras y al público, que se sumergía en un mar de olas y en el grito de «¡sí se puede!».

El balón, al ritmo de los botes, se movía en la lucha contra las «niponas», quienes, de principio a fin, brindaron un espectáculo impecable, no solo por su excelente juego, sino también por su respeto y disciplina, valores que a menudo escasean en nuestro país.

El marcador electrónico, cerca del techo del coloso, mostraba que las japonesas se adelantaban con dos sets. Su juego, veloz en ataque, con recepciones orientadas al mejor armado y remates cortos hacia los espacios abiertos en el campo peruano, parecía de otro mundo.

Un amigo me escribe, pegado a la TV. El tercer set se viste de rojo y blanco, con un bloqueo mejor posicionado y la garra sobresaliente del público que vibraba en las tribunas. Sin embargo, una desconcentración, fruto de la habilidad de Japón, selló el encuentro a favor de las visitantes (3-1).

«Muchachos, ¿vamos a un chifa o a una pollería?», sugiere un colega mientras envía los últimos datos al diario. «¡Qué pasa, colorao! ¿Ahora quieres ser asiático? Yo quiero un ceviche, aunque sea de noche», responde otro con apariencia selvática.

Perú acogió un Mundial cuya organización estuvo a la altura, convirtiéndose en una vitrina para futuros eventos. Las Vásquez, Ampuero y Moreano dejaron más que sudor en la cancha: un mensaje al país. Talento tenemos, solo faltan oportunidades y apoyo a las jóvenes promesas. El Club C.D. Géminis es uno de los semilleros.

Que esta generación no sea arrastrada por un riachuelo, sino que marque el punto de partida para una nueva era dorada. ¿Por qué no? Si nos organizamos, podemos lograrlo.

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