Un día como hoy, en 1824, se escribió una de las páginas más memorables de historia del Perú en las alturas de Ayacucho, cuando después de un desigual enfrentamiento con las huestes del libertador Antonio José de Sucre que comandaba el ejército Patriota, el general español, José de Canterac, en representación del derrotado Virrey La Serna, firma la capitulación en la que aceptaba el retiro definitivo de los ejércitos realistas de nuestro territorio y la ansiada independencia del Perú.
La gesta de Ayacucho representa ante el mundo la continentalidad de la causa libertaria de América, en la que las armas peruanas, junto a las de naciones hermanas alcanzaron el más justo de los triunfos al sellar la independencia del Perú y de América.
Así lo siente y lo sostiene el general de Brigada EP en retiro, Juan Urbano Revilla, quien asegura que, al evocar este 9 de diciembre, el 197º aniversario de la Batalla de Ayacucho, es necesario también reflexionar en torno al Ejército del Perú.
Señala que la institución, que toma esta fecha como su día jubilar, está presente en los hitos relevantes de nuestra historia y nos demuestra el enorme sacrificio del pueblo convertido en hombres de armas, que lucharon con denodado esfuerzo para cimentar el Perú libre y soberano que hoy tenemos.
«En esta fecha, el Ejército del Perú no solo rinde merecido homenaje a los vencedores de la Quinua, sino también, rememora las gestas gloriosas de sus armas, con el orgullo universal de ser herederos de la honra de un Ejército que lo dio todo por la patria, aun en las horas más adversas de la lucha».
El general asegura que la Batalla de Ayacucho fue la última gran contienda de las campañas libertarias de América, iniciadas desde 1809 y, por su significado, se encuentra inscrita entre las grandes batallas del ámbito hispanoamericano.
«El 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de la Quinua, se enfrentaron unos 15,000 hombres, apostando unos por el continuismo del dominio colonial y otros por la libertad de los pueblos. Fue un hecho militar que culminó con la trascendental victoria de las fuerzas patriotas y definió la caída del régimen virreinal de España en la América del sur, afirmando la libertad de las nuevas repúblicas del continente», rememora.
De la independencia en vilo a la última carta militar
Recuerda que en la memoria de 1823, el Ministro de Hacienda Hipólito Unanue describió la calamitosa situación de la economía del país, al que solo quedaba recurrir a los empréstitos de los comerciantes, debido al deterioro de la agricultura, en tantos años de guerra. «El déficit alcanzó la suma de 1´500, 297 pesos, donde el mayor gasto, ascendente a 773, 256 pesos, correspondía al Ejército, es decir, el nuevo Estado se inició en el centro de una crisis económica, donde el comercio era el único sostén para las necesidades del gobierno».
«Las campañas de San Martin en 1820-1822 y luego las campañas a Puertos Intermedios en 1823, habían dejado exhausta a la economía del nuevo régimen, en plena guerra de la independencia. Sin embargo, quedaba claro que la libertad sólo podía ser alcanzada por la fuerza de las armas, acabando con las tropas realista que al mando del virrey La Serna, desde el Cuzco, dominaban la sierra sur y la sierra central, corazón y sede de los abastecimientos del país; y a ello se dedicaron todos los esfuerzos necesarios».
El general Juan Urbano señala que con la llegada de Bolívar al Perú, en setiembre de 1823, llamado por el Congreso Peruano, se inicia una etapa decisiva en la guerra libertaria, con la participación de los “ejércitos auxiliares”, en las condiciones más adversas.
Afirma, y así lo consignan también otros historiadores, el Congreso otorgó a Bolívar la denominación de Libertador y la suprema autoridad militar en todo el territorio de la República, con facultades extraordinarias, así como autoridad política dictatorial en los asuntos de guerra para obtener auxilios y recursos necesarios.
«Con estos poderes, Bolívar decidió aplicar una contribución forzosa de 400,000 pesos sobre todas las clases del Estado y demás pueblos libres para financiar los gastos del Ejército. Además, obtuvo un empréstito de 200,000 pesos de la Cámara de Comercio, por entregar en dinero y provisiones. Incluso, los diezmos eclesiásticos se otorgaban al sostenimiento de las guerrillas de la sierra de Canta, Yauyos y Huarochirí; y también se prohibió hacer gastos que no tuvieran relación con el Ejército».
Sin embargo, el 5 de febrero de 1824, se presentó un serio revés, cuando todo el arsenal que los patriotas habían reunido en las fortalezas del Callao, pasó a manos del enemigo por la sublevación de las tropas del Regimiento del Río de la Plata, que se unieron a los realistas; situación que obligó a replantear el sistema de aprovisionamiento del ejército patriota y redefinir la estrategia de la guerra.
El también historiador asegura que si bien Lima, la capital, era un centro importante, su control no aseguraba la victoria sobre los realistas, por lo que había que definir la guerra en la sierra, constituida en el «centro vital del país y que se mantenía bajo el dominio colonial».
Estado de guerra
En marzo de 1824, Bolívar estableció su cuartel general en Trujillo donde reorganizó los ministerios, fusionándolos en uno solo a cargo de un ministro peruano, José Faustino Sánchez Carrión, quien instituye un riguroso “estado de guerra” en todo el país.
El general (r) Urbano recuerda que Sánchez Carrión recorrió Trujillo, Huamachuco, Caraz, Huaraz, Huánuco, Cerro de Pasco, Huancayo, Jauja, Huamanga y Huancavelica, para obtener los recursos necesarios para la guerra, llegando a sacar la plata de las iglesias, los fierros de las ventanas y hasta los clavos de los portones de las casas de Trujillo y la sierra norte.
«En poco tiempo se reunió más de 400,000 pesos en barras de plata que sirvieron para adquirir provisiones e implementar los talleres para reparación de armamento y fabricación de los insumos de guerra».
Reconoce que la labor de Sánchez Carrión fue extraordinaria y junto con el sacrificio de los pueblos permitió que surgieran de la nada, los medios indispensables para afrontar la guerra, como el vestuario, armamento, municiones, víveres, monturas y artículos diversos; más aún se reclutaron miles de efectivos peruanos para completar las unidades patriotas y las unidades gran colombianas, afectadas por las deserciones.
Se organiza entonces el “Ejército Unido Libertador”, que luego de la victoria de Junín, llega al encuentro inevitable y definitivo contra los realistas, que debía realizarse en el sector de la sierra central próximo a los desplazamientos de ambos Ejércitos contendientes. El Ejército patriota estaba al mando del general Antonio José de Sucre, con el general Agustín Gamarra como Jefe de Estado Mayor.
«Estaba compuesto por 5,780 soldados patriotas, comprendidos entre la división peruana al mando del general La Mar; la primera y segunda división auxiliar colombiana, bajo los generales Lara y Córdova; y la división de caballería, al mando del general Miller, quien además contaba con las fuerzas de guerrillas, agrupadas en partidas de montoneros e indios».
Los realistas habían llegado a reunir a unos 9,320 efectivos bajo el mando del virrey La Serna, sumando las fuerzas de sus dos Ejércitos, el Real del Sur y el del Norte, cuyos jefes Valdez y Canterac referían que “no tenían reparo de su clase militar, con tal de ser mejor empleados en la campaña”; de esta manera se formó el “Ejército de Operaciones del Perú”.
Las unidades realistas estaban compuestas por tropas veteranas que años antes llegaron de España y una mayoría de soldados de origen peruano, muchos reclutados a la fuerza, que igualmente habían sido preparados para la contienda final.
La épica batalla de Ayacucho
El historiador refiere que las fuerzas realistas reunidas, partieron del Cuzco por el eje Apurímac – Cangallo – Huamanga, en búsqueda de los patriotas. Sucre por su parte, enterado del movimiento realista y a fin de evitar el envolvimiento de sus fuerzas desarrolló un repliegue hacia retaguardia para reconcentrarse en Andahuaylas y de allí seguir por el Río Pampas hacia Huamanga, a fin de mantener abierto el camino hacia sus bases de operaciones al norte.
«La Serna al conocer el movimiento de Sucre, orienta sus fuerzas hacia el Río Pampas, y desde el 24 de noviembre, ambos contingentes se divisan sin decidir un ataque, mientras identificaban el terreno más favorable a sus planes. El 2 de diciembre Sucre cruza el Río Pampas y desde el día 4 ambos ejércitos quedan en paralelo, los realistas por las alturas de la Cordillera Occidental y los patriotas por las faldas de la Cordillera Oriental. El combate era inminente».
El 9 de diciembre de 1824, los realistas dominando las alturas del cerro Condorcunca y conociendo la superioridad numérica de sus fuerzas, confiaban en su victoria. La Serna había logrado colocarse a la espalda de las fuerzas patriotas, cortando su línea de comunicaciones; sin embargo, el terreno forzaba a los realistas a un ataque frontal, que le impedía desplegar todas sus tropas, limitando su potencia y capacidad de maniobra.
«En tales circunstancias, la posición de los patriotas consistía en mantenerse en el terreno, la Pampa de la Quinua, con la única opción de contener la embestida de los realistas y explotar una situación favorable para decidir la contienda. Es decir, se aplicó una combinación de los procedimientos militares de Federico II de Prusia, de fines del S. XVIII, y de Napoleón, de inicios de S. XIX, conocido por los jefes realistas de experiencia en los campos de batalla de Europa», señala.
La batalla fue dura y cada parte cumplió con su deber. Los ataques realistas de las fuerzas de Valdez y Villalobos, apoyados por su artillería, fueron contenidos por las esforzadas divisiones de La Mar y Córdova. Cabe destacar los bríos de la división peruana de La Mar por rechazar el ímpetu de Valdez; más aún, cuando es sobrepasada la primera línea de cazadores peruanos, las partidas montoneras a caballo del Coronel Marcelino Carreño arremeten contra los realistas desplegados en la batalla. El choque fue violento, cayendo muerto el propio Carreño y muchos de sus hombres; no obstante, esto permitió a La Mar reorganizar sus fuerzas y lanzarlas nuevamente al combate.
El general Córdova logró pasar a la ofensiva en su sector, bajo la arenga de “paso de vencedores”; por su parte, la caballería patriota de Miller, con los escuadrones peruanos de los Húsares de Junín y unidades de la división de Lara, cargaron en el centro sobre la división realista de Monet en ese sector. Fue tal el empuje y resolución de las fuerzas patriotas que al término de cuatro horas de lucha arrollaron al enemigo, quedando en el campo de batalla unas 3,000 bajas de 15,000 combatientes de ambos lados.
Ni los esfuerzos de Canterac por reconstituir el frente colonial con el batallón español Gerona y la caballería; ni la propia participación de La Serna en sus primeras líneas, que resultó herido y prisionero, impidieron revertir la victoria patriota.
El general Urbano sostiene que en el ámbito militar, resultó fundamental la detención de la poderosa división de Valdez, gracias a la decidida participación de los indios montoneros del coronel Carreño, pues permitió al general Sucre maniobrar con libertad para emplear su caballería y reserva en los frentes de batalla decisivos, hasta alcanzar la victoria.
«El corolario fue la capitulación realista, mediante la cual se puso fin al dominio español en América y por el que quedaban prisioneros de guerra los generales La Serna (herido), Canterac, Valdez, Carratalá, Monet, Villalobos, Ferraz, Bedoya, Somocurcio, Cacho, Atero, Landázuri, García Camba, Pardo, Vigil y Tur, 16 coroneles, 68 teniente coroneles, 484 oficiales y 3, 200 efectivos de tropa; el resto se había dispersado».
La hora de la libertad continental
Urbano añade que con la célebre victoria en Ayacucho, las armas patriotas no solo lograron rendir a las fuerzas realistas, sino que abatieron 300 años de dominación española en el Perú y América.
«En los campos de la Quinua quedó sellada a sangre y fuego la libertad de América, y es allí donde confluyó la mayor arquitectura militar forjada desde el abismo de la incertidumbre en 1823, hasta levantar un Ejército patriota, compuesto de soldados peruanos y gran colombianos, así como efectivos rioplatenses y chilenos que llegaron con el Ejército de San Martín y se cubrieron de gloria el 9 de diciembre de 1824, ante el enemigo realista que llevaba 14 años de lucha contrarrevolucionaria en el continente».
De este modo, señala, la batalla de Ayacucho fue la mayor contienda libertaria contra el régimen español en el continente americano. Al combate arribaron las fuerzas en su máxima expresión militar; como diría el general Miller en sus Memorias: “las tropas de ambas partes se encontraban en un estado de disciplina que hubiese hecho honor a los mejores ejércitos europeos”. Además, allí combatieron los principales generales de uno y otro lado, más la voluntad decidida de las tropas; ambos contingentes comprendieron que esa era la batalla decisiva.
«Ayacucho fue la cumbre de la intensa participación de elementos peruanos en la gesta de la independencia, allí están las contribuciones de los pueblos para las provisiones del ejército; pero sobre todo, allí estuvo el peruano oriundo, el indígena que conformó la tropa y se vio obligado a participar en ambos bandos, demostrando su disciplina y pruebas de valor insuperables, pues muchas batallas se ganaron por su coraje y resistencia a la fatiga, integrando las fuerzas regulares; además, formaron parte de las valiosas partidas de guerrillas, así como en aquellas montoneras que llegaron hasta el combate en Ayacucho.»
Afirma además que Ayacucho constituye también la suma de todos los esfuerzos libertarios realizados en el tiempo. «Podemos afirmar que desde la misma conquista, en los pueblos del Perú se inició el rechazo al yugo español y se dieron diversas acciones en el tiempo para recuperar la libertad, que no fue concedida, sino obtenida en los campos de batalla, hasta llegar a la luz en Ayacucho».
El militar resalta que con el triunfo de los libertadores, las repúblicas del continente quedaron en aptitud de forjar sus nuevos sistemas políticos, optar por un gobierno representativo con nuevas entidades políticas donde pudieran concretar el real anhelo de crear sociedades de ciudadanos, ya no de súbditos. «Para el Perú, en el pensamiento de Basadre, aquella independencia constituía la promesa y la gran posibilidad de vivir con libertad y justicia, construyendo aquella sociedad ansiada que dirija su propio destino a un futuro de bien común».
Al rendir honores al Ejército del Perú , el General EP, Juan Urbano Revilla, quien es directivo del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú, hace votos para que las gestas de los libertadores y defensores de la patria continúen guiando los pasos de los hombres de armas del Ejército del Perú, para seguir dando los mejores esfuerzos por el progreso y destino de grandeza de nuestra nación.
Historiador Roberto Mendoza: El Ejército del Perú nació bajo el signo de la libertad
Al referirse a la gesta librada por el ejército patriota, el historiador Roberto Mendoza Policarpio, integrante de la Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú, afirma que el Perú fue protagonista principal en el proceso de la independencia de la América española, «ya que si bien en nuestro suelo combatieron componentes de diversos ejércitos sudamericanos, las dos terceras partes de las tropas fueron peruanas».
Señala que es en reconocimiento a la victoria patriota alcanzada en la Batalla de Ayacucho, y con la que se sella definitivamente la independencia del Perú y América, que por Resolución Suprema del 18 de setiembre de 1928, quedó instaurado el 9 de diciembre como el Día del Ejército.
«El Ejército del Perú, nació bajo el signo de la libertad y con su presencia puso fin a una etapa de dominación, creciendo y teniendo como tarea principal la construcción de una patria unida y grande, libre y soberana, respetable y respetada».
Señala que para el Ejército, Ayacucho es la culminación del acto bautismal de San Martín, quien el 18 de agosto de 1821, fundara la Legión Peruana de la Guardia con el fin de que tuviera el privilegio de servir de modelo a los demás y consolidar la independencia del Perú. «Fueron estas unidades de la Legión, enmarcadas en la división peruana de José de La Mar, las que cumplieron heroicamente en Ayacucho», sostiene.
A modo de reflexión, el historiador refiere que cuando se recuerda la independencia de nuestro país, es común hablar del período comprendido entre 1820 – 1824, es decir la etapa que se inició con la proclamación de la libertad por don José de San Martín y concluyó con la capitulación firmada en el campo de Ayacucho; sin embargo -acota- la conquista no estaba aún consolidada.
«Luego de la proclamación de la Independencia del Perú, el general don José de San Martín, se retiró del país en setiembre de 1822. El Congreso Constituyente del Perú asumió el mando a través de una Junta Gubernativa presidida por el general José de La Mar, quien se abocó a liberar importantes territorios en poder de los realistas que se mantenían en el centro y sur, poniendo en práctica el plan de San Martín sobre puertos intermedios. Estas operaciones consistían en utilizar la vía marítima para transportar tropas, con destino inmediato al aniquilamiento de las fuerzas del virrey».
Fracasada esta expedición, los principales jefes militares acantonados en el pueblo de Miraflores se pronunciaron, exigiendo la elección por el Congreso, del coronel de milicias José de la Riva Agüero, quien asumió el mando, estableciendo contacto epistolar con Simón Bolívar y emprendiendo una nueva campaña a puertos intermedios, que también resultó adversa.
Es por esa razón que el Congreso acordó llamar a Bolívar, quien arribó al Callao el 1 de setiembre de 1823, iniciando una serie de acciones en pro de la libertad. Los primeros meses de 1824, fueron bastante inciertos para el país, con un libertador desplazándose hacia la zona norte, con el fin de reclutar y organizar al ejército que haría la campaña final y que culminaría con las victorias de Junín y Ayacucho, recuerda Mendoza.
Luego del triunfo de Junín, el 6 de agosto de 1824, el Ejército Unido Libertador continuó su marcha por Tarma, Jauja, Huancavelica, Ayacucho, Apurímac y Chalhuanca. Fue en este último lugar que Bolívar encargó el mando al general José Antonio de Sucre y él viajó a Lima para atender asuntos políticos y militares. El Ejército Virreinal por su parte, se dirigió a Chincheros (Cusco).
Desde mediados de noviembre -refiere Mendoza- ambos ejércitos se movilizaron por las márgenes opuestas del río Apurímac, hasta que el 2 de diciembre se avistaron en Matará. «Al día siguiente, a una legua de ese poblado, fue sorprendido el batallón gran colombiano ´Rifles´ por la división realista del general Valdez, siendo éste arrollado y dispersado, situación por la que Sucre convocó a reunión a los principales jefes del ejército para deliberar las acciones a seguir, resolviéndose presentar batalla».
El 8 de diciembre, el ejército patriota con 6,775 efectivos, se ubicó en la Pampa de la Quinua, mientras que el ejército virreinal con 9,310 hombres, ocupó las alturas del Condorcunca. Sin embargo, una partida de guerrilleros que llegaba de refuerzo al campamento patriota fue sorprendida por avanzadas virreinales, y luego de un violento enfrentamiento, encontró la muerte su jefe, el valeroso coronel Marcelino Carreño.
El día decisivo (9 de diciembre), ambos ejércitos se enfrentaron en la célebre batalla. «El Ejército Unido formaba en dos líneas: en la primera, a la izquierda, estaba ubicada la División Peruana al mando del general La Mar y una pieza de artillería; al centro, la caballería colombiana comandada por el general Miller; y a la derecha, la Primera División Colombiana a órdenes del general Córdova. La Reserva la formaban la Segunda División Colombiana y el Regimiento de Húsares de Junín», refiere.
El historiador resalta dos momentos épicos en este histórico enfrentamiento: cuando Sucre exhorta a sus huestes: «¡Soldados! de los esfuerzos de hoy pende la suerte de América del Sur… Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia», y luego, cuando el general Córdova exclama «¡División, armas a discreción, de frente. Paso de vencedores!».
«El empuje patriota fue vital para capturar gran parte de la artillería y caballería enemiga, y especialmente durante el ataque final», asegura el historiador.
El virrey La Serna, quien comandaba a los realistas, fue herido y hecho prisionero, quedando al mando de las fuerzas realistas, el general Canterac. Fue él quien desde esa posición, representó a La Serna en la firma de la Capitulación de Ayacucho. «Con eso se consumaba, la más grande epopeya de la emancipación americana».
Después de la victoria en Ayacucho, el historiador refiere que en el Perú la esclavitud y la opresión de los indígenas se mantuvieron por varias décadas. «Fue un periodo marcado por la definición de fronteras y las luchas entre los caudillos, hasta Ramón Castilla; y también por las guerras entre las recientemente fundadas repúblicas independientes, precisamente por asuntos territoriales».
«En la consolidación de nuestras fronteras el Ejército siempre estuvo presente. El presidente Agustín Gamarra fue el primero en crear las posteriores regiones militares, encargadas de salvaguardar nuestro espacio territorial», precisa.
Historiador Jaime Taype: Muchos combatientes tenían en el frente enemigo a hermanos o familiares
Un hecho singular, pero significativamente humano que destaca el Teniente EP Jaime Taype Castillo, es lo que ocurre horas antes de la contienda decisiva del 9 de diciembre, cuando numerosos jefes, oficiales y tropa, tanto del lado realista como del patriota, se acercaron para intercambiar emotivos abrazos. «Esto obedecía a que muchos de los combatientes tenían en el frente enemigo a hermanos, familiares o amigos», señala.
Durante la segunda mitad de 1824, Bolívar —quien en setiembre de 1823 reemplazó a San Martín— salió de Chalhuanca con dirección a Chancay para organizar los refuerzos que venían de Colombia. Previamente, entregó el mando del ejército patriota al general Sucre en Sanaica, al sur de Andahuaylas, con la orden de conservar el territorio conquistado por los independentistas.
Después de la batalla de Junín, el general realista Canterac y sus fuerzas se habían replegado hacia Abancay y luego a Chincheros. Además, el virrey La Serna ordenó al general Valdés suspender la campaña contra Olañeta en el Alto Perú y reorientar todos sus efectivos contra los patriotas, cortar el desplazamiento de estos hacia el norte y obligarlos a dar batalla.
«Después de muchos desplazamientos estratégicos, ambos ejércitos arribaron a la pampa de Quinua. En los días previos a la Batalla de Ayacucho, el ejército realista buscó rodear a los patriotas, siguiendo una táctica napoleónica. Fue esto lo que obligó a Sucre a evacuar sus fuerzas como ocurrió más de una vez, según lo describe el historiador militar, general Carlos Dellepiane en su obra “Historia Militar del Perú” (1965).
El teniente Taype, quien es historiador militar, recuerda que el 7 de diciembre, ambos ejércitos buscaron posicionarse de la mejor manera. Al día siguiente no faltaron algunos disparos de artillería, lo que que fue una señal de que la batalla estaba próxima.
«Quinua presenta un campo dominado por el cerro Condorcunca. Los realistas ocuparon las alturas del cerro y los patriotas, la pampa. Los primeros tenían 9, 320 hombres y catorce cañones, mientras los patriotas 5, 780 soldados y un solo cañón, según refiere Gustavo Pons Muzzo (1982)».
Virgilio Roel en “Los libertadores” (1971), señala que el jueves 9 de diciembre de 1824 amaneció con un sol radiante. Se repartieron desayuno y municiones a los soldados, quienes luego tomaron posiciones para la contienda. Curiosamente, ambos ejércitos se encontraban a poca distancia.
Quinua, según La Serna, era un sitio favorable para dar batalla. Dispuesto a atacar primero, el virrey organizó sus fuerzas de este modo: la división Valdés a la derecha del Condorcunca; la división Monet al centro; la división Villalobos a la izquierda, además de sus 14 cañones.
Por su parte, Sucre distribuyó al Ejército Unido Patriota de la siguiente manera: la división del general José de La Mar, a su izquierda, frente a la de Valdez; la división del general colombiano José María Córdova, a la derecha, frente a Villalobos; la división Lara, al centro y un poco a la retaguardia, junto a la caballería a órdenes de William Miller, con solo un cañón.
A las nueve de la mañana, los realistas ejecutarían la primera fase del plan del virrey: un fuerte ataque de las tres divisiones realistas, mientras los artilleros se apostaban en las faldas del cerro y armaban sus cañones. En otro punto, el coronel realista Rubín de Celis, a quien se le había ordenado generar una zona de seguridad, apresuró la segunda fase del plan de La Serna, lanzando a sus hombres contra Córdova que pudo repeler el ataque, producto del cual perdió la vida De Celis y precipitó la derrota realista.
Taype cuenta que Sucre ordenó a Córdova ir hacia adelante, apoyado por la caballería de Miller, maniobra que provocó el desconcierto del batallón de Villalobos y luego el desbande de los realistas. «Córdova arremetió, logró tomar siete cañones. Es entonces que su celebre frase «¡Soldados! ¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!», se escuchó retumbar hasta la mitad del Condorcunca, según refiere Dellepiane». Al poco tiempo, el virrey La Serna fue capturado con heridas de bala y sable.
«La Mar, por su parte, que había podido contener el ataque de Valdés, mantuvo firmes las filas patriotas. El ataque realista por el centro dirigido por Monet también fue contenido y luego desorganizado gracias a la caballería independentista. La contienda terminó al promediar la 1 de la tarde con la victoria patriota.»
“Poco antes de ponerse el sol, el general Canterac pidió una suspensión de armas para entrar en capitulación y una hora después bajó personalmente a caballo a la tienda del general Sucre, donde acordaron una capitulación por la cual quedaban prisioneros de guerra los generales La Serna, Canterac, Valdez, Carratalá, Monet, Villalobos, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 oficiales y 3, 200 soldados, cabos y sargentos; el resto se había dispersado”, según cuenta Percy Cayo en “Memorias del General Guillermo Miller” (1975).
Día del Ejército
- Finalizada la batalla de Ayacucho, quedó confirmada la Independencia del Perú y América. Por su trascendencia en el Perú y en el resto de América, el presidente Augusto B. Leguía, en setiembre de 1928, decretó el 9 de diciembre como Día del Ejército. Este hecho coincidió con la inauguración, semanas después, del monumento ecuestre en honor al general Antonio José de Sucre en la plaza de armas de Huamanga.
- En el gobierno del general Juan Velasco, con motivo del sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho, se erigió una pirámide de cuarenta y dos metros de alto en la Pampa de la Quinua e inaugurada el 9 de diciembre de 1974, según Geraldo Arosemena en “El monumento a la gloria de Ayacucho” (1974).