Por: Augusto Lostaunau Moscol
En 1928, José Carlos Mariátegui publicó en la revista Mundial su artículo En Torno al Tema de la Inmigración, en el cual sostenía:
“Las restricciones a la inmigración vigentes en los Estados Unidos desde hace algunos años, ha mejorado un tanto la posición de los demás países de América en lo concerniente al interesamiento de los inmigrantes por sus riquezas y recursos. Pero este es un factor general y pasivo del cual tienen muy poco que esperar los países que no se encuentren en condiciones de asegurar a los inmigrantes perspectivas análogas a las que convirtieron a Norte América en el más grande foco de atrac¬ción de la inmigración mundial” (1988: 175-176).
Desde mediados del siglo XIX, los Estados Unidos de América se convirtió en el país que atrajo la mayor cantidad de inmigrantes. No sólo llegaron europeos -quienes de alguna manera fueron la mayoría e imprimieron la idea de “país de raza blanca”- también existieron fuertes migraciones del continente asiático (chinos y japoneses principalmente) y muchos “latinoamericanos”. La gran nación del norte se fue formando cual rompecabezas desde todos lados. Sus fronteras fueron creciendo mientras las ciudades del norte iniciaban su acelerado proceso de urbanización “moderna” e industrialización. Sobre ello, Mariátegui afirma:
“Estados Unidos ha sido, en el período en que afluían a su territorio fabulosas masas de inmigrantes, una nación en el más vigoroso, orgánico y unánime proceso de crecimiento industrial y capitalista que registra la historia. El inmigrante de aptitudes superiores, hallaba en Estados Unidos el máximo de oportunidades de prosperidad o enriquecimiento. El inmigrante modesto, el obrero manual, encontraba, al menos, trabajo abundante y salarios elevados, que en caso de no asimilación le consentían repatriarse después de un período más o menos largo de paciente ahorro. La Argentina y el Brasil, además de las ventajas de su situación sobre el Atlántico, han presentado, en otra proporción y distinto marco, parecido proceso de desenvolvimiento capitalista. Y, por esta razón, se han beneficiado de los aluviones de inmigración occidental en escala mucho mayor que los otros pueblos latinoamericanos” (1988: 156).
No cabe duda de que el análisis e interpretación realizado por el Amauta en 1928 es el más acertado. Fueron los Estados Unidos de América y su crecimiento de orden capitalista lo que lo convirtió -como ya lo dijimos- en el país con mayores poblaciones de inmigrantes desde la segunda parte del siglo XIX. Un gran potencial humano que le permitió un importante desarrollo productivo y de consumo. El crecimiento del mercado interno y el fin de la política esclavista les permitió un crecimiento seguro. Y, cuando se convirtió en un país bioceánico, fue prácticamente una economía nacional-continental. En menor medida, Brasil y Argentina también se convirtieron en países americanos con mayor potencial para recibir a los inmigrantes. En el caso brasilero, a los europeos también se unirían los asiáticos. Mientras que, en Argentina, los europeos fueron bienvenidos más no los asiáticos. La ubicación geográfica frente al Océano Atlántico les permitió a Brasil y Argentina desarrollar una economía política mirando al mundo accidental. Geopolíticamente están muy cerca de Europa. Mientras tanto,
¿Qué sucedía con el Perú? Mariátegui responde:
“El Perú, en tanto, no ha podido atraer masas apreciables de inmigrantes por la sencilla razón de que, -no obstante su leyenda de riqueza y oro-, no ha estado económicamente en condiciones de solicitarlas ni de ocuparlas. Hoy mismo, mientras la colonización de la montaña, que requiere la solución previa y costosa de complejos problemas de vialidad y salubridad, no cree en esa región grandes focos de trabajo y producción, la suerte del inmigrante en el Perú, es muy aleatoria e insegura. Al Perú no pueden venir, sino en muy exiguo número, obreros industriales. La industria peruana es incipiente y sólo puede remunerar medianamente a contados técnicos. Y tampoco pueden venir al Perú campesinos y jornaleros. El régimen de trabajo y el tenor de vida de los trabajadores indígenas del campo y las minas, están demasiado por debajo del nivel material y moral de los más modestos inmigrantes europeos.
El campesino de Italia y de Europa central no aceptaría jamás el género de vida que puedan ofrecerle las mejores y más prosperas haciendas del Perú. Salarios, vivienda, ambiente moral y social, todo le parecería miserable. Las posibilidades de inmigración polaca, -a pesar de ser Polonia uno de los países de mayor movimiento emigratorio, a causa de su crisis económica-, están circunscritas como se sabe a la montaña, a donde el inmigrante vendría como colono -vale decir como pequeño propietario- y no como bracero. Las leyes de reforma agraria que, después de la guerra, han liquidado en la Europa Central y Oriental -Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, Grecia, etc.- los privilegios de la gran propiedad agraria, hacen más difícil que antes la inmigración de los campesinos de esos países a pueblos donde no rijan mejores principios de justicia distributiva. El trabajador del campo de Europa, en general, no emigra sino a los países agrícolas donde se ganan altos salarios o donde existen tierras apropiables. Ni uno ni otro es, por el momento, el caso del Perú” (1988: 176-178).
Históricamente, la clase dominante peruana es una clase social que ha tenido -con mucha complacencia de su parte- un simple rol intermediario entre las actividades económicas extractivistas y los intereses comerciales de grandes empresarios extranjeros. Se dice que detrás de una “empresa peruana” encontramos a sus verdaderos dueños extranjeros. La clase dominante peruana se ha contentado con ser simplemente un puente por donde transitan los intereses económicos de empresarios foráneos que llegan al país, realizan actividades extractivas y “exportan” los recursos naturales a sus regiones de origen. Por ello, nuestro país jamás ha sido muy atractivo para la llegada de una gran masa migratoria. Los ingleses que arribaron a nuestras costas a mediados del siglo XIX lo hicieron como consignatarios del guano. Los italianos llegados al Perú se transformaron en medianos y pequeños empresarios. Sus descendientes recién pudieron escalar socialmente y ocupar un lugar preponderante en la “alta sociedad peruana”. Los chinos fueron traídos para reemplazar la mano de obra esclava que fue expropiada gracias al dinero del guano. Y, con el tiempo, los chinos y los japoneses se transformaron en el “peligro amarillo” para los intereses de la clase dominante. Por ello, los chinos fueron hostigados y culpados de nuestra derrota en la Guerra Contra Chile; mientras que -años después y en plena Segunda Guerra Mundial- los japoneses sufrieron atropellos desde el gobierno central.
Por ello, Mariátegui indicó:
“Por las condiciones sociales y económicas del país, mucho más que por su situación geográfica, se explica el que la inmigración que de preferencia ha recibido, haya sido inmigración amarilla. Sólo el coolí chino ha podido trabajar en las haciendas peruanas, en condiciones semejantes al indio. La agricultura peruana no pudo retener en sus labores al bracero japonés que, a menos que se arraigue como colono o arrendatario, la deserta apenas le es posible para dedicarse al pequeño comercio, o algún oficio o industria” (1988: 179).
No cabe duda de que la vieja oligarquía y la joven burguesía peruana lo único que buscaron con la inmigración fue traer mano de obra barata que acepte trabajar en las mismas condiciones que el llamado “cholo barato”.