Por: Augusto Lostaunau Moscol
En el blog Techedge, Manuel Ángel García ha indicado que:
«Una imagen vale más que mil palabras» es un adagio en varios idiomas que afirma que una sola imagen fija (o cualquier tipo de representación visual), puede transmitir ideas complejas (y a veces, múltiples), un significado, o la esencia de algo de manera más efectiva que una mera descripción verbal o textual…
El cerebro humano procesa las imágenes en solo 13 milésimas de segundo. De hecho, un estudio llevado a cabo por científicos del Massachusetts Institute of Technology (MIT), ha comprobado que el cerebro humano es capaz de procesar imágenes completas en tan solo 13 milésimas de segundo. Anteriores estudios sugerían que la capacidad de procesamiento era de unos 100 milisegundos” (en línea).
Mejor dicho, con una imagen se pueden decir mucho más cosas -y de forma más directa- que con mil palabras. Quizás, ese es el secreto del éxito de los memes y otras imágenes que circulan raudamente por las redes sociales tecnológicas.
Resulta interesante poder percatarse que una imagen genera más reacciones y comentarios que un texto bien elaborado. Incluso, podemos encontrar que acompañando un texto muy bien redactado y de mucho valor para la comprensión de una problemática coyuntural, la imagen que acompaña dicho texto genere más reacciones que el texto en sí. Es que, si comparamos las 13 milésimas de segundo que invertimos frente a una imagen con los minutos que gastamos en leer, analizar e interpretar un texto pequeño (entre 1500 y 2000 palabras), nos damos cuenta de la relación entre reacciones y comentarios
Esto se debe, en parte, a la escasa costumbre que tienen las mayorías para detenerse a leer un texto que puede ser catalogado de importante o, simplemente, interesante.
Me hacen recordar a esas ridículas listas que publican sobre “Todos los libros que debes leer antes de…” (u otro título tan absurdo como el anterior) que sólo sirven para “autoproclamar” la sabiduría de quien organiza esa lista, porque, realmente, a las grandes mayorías no les interesa ni esos libros y, mucho menos, esa lista.
Por otro lado, es una reacción aprendida desde la experiencia misma a la que estamos expuestos por los creadores de las propias redes sociales tecnológicas. Con medios electrónicos que sólo permiten escribir en 180 caracteres o subir vídeos de 2 a 3 minutos, se ha creado la Cultura del Internet que se caracteriza por ser una manifestación cultural de micromomento.
Los creadores y administradores de blog sostienen que:
“Un micromomento es el instante crítico en el que, mediante una búsqueda, usualmente mobile, los usuarios esperan que las marcas respondan a sus necesidades en tiempo real” (en línea).
Visto así, los usuarios frecuentes de las redes sociales tecnológicas hacen uso de ellas en función de intereses muy específicos. Buscar un dato exacto, una imagen determinada, una idea absoluta, una frase específica. Es decir, datos y más datos. Datos desde los más simples hasta los más elaborados, pero, siempre y específicamente, datos.
De tal manera, que con las imágenes sucede lo mismo. Bastará con observarla por un breve tiempo, para tener una idea (bastante subjetiva) de lo que la imagen “transmite” y así; la reacción será inmediata.
Esta manifestación cultural del dato y el micromomento se empezó a vivir en la década de 1990. Antes, lo usual, era emprender una investigación utilizando cientos de libros. Se leían libros completos. Luego, surgieron las llamadas “separatas”. Eran más “ágiles” y respondían a un momento en que la gente ya no tenía “momento”.
Ya en el siglo XXI esto se ha reducido a la diapositiva. Los alumnos en clase piden diapositivas “para estudiar para el examen”. Increíble, pero cierto. La famosa diapositiva es simplemente una herramienta educativa. Jamás reemplazará al docente. Aunque existen instituciones educativas donde se indica que el alumno “tiene derecho a las diapositivas para las evaluaciones”. Mejor dicho, en clase no tomará nota ni participará; sólo esperará la diapositiva para estudiar. Y el docente debe hacer las preguntas en función de la diapositiva. Los extremos también son parte de la realidad.
Aunque, volviendo a las imágenes, esto es más sencillo en las redes sociales tecnológicas. Está comprobado de la existencia de individuos que crean cuentas falsas en los medios tecnológicos y suben a las redes información falsa o agraviante utilizando los llamados memes.
De esta manera, se inicia todo un debate entre quienes están a favor o en contra del contenido de esa imagen. Y, lo más interesante es que existen quienes elaboran un texto medianamente largo y lo acompañan con algunas de esas imágenes.
Entonces, como ya lo hemos indicado, se inicia un feroz debate -que incluye insultos y agravios- en relación con la imagen, pero nadie dice nada del texto. Esto me hace recordar a un cantante de moda que sus canciones son acompañadas con vídeos donde aparecen mujeres con pequeños trajes. Los usuarios opinan sobre las mujeres y no dicen nada sobre el género musical o la letra. Más de 5 millones de visitas, que no sirven para escuchar la canción, sino para ver a las mujeres con trajes pequeños.
Así, entre imágenes “que hablan solas” y micromomentos, vamos perdiendo la capacidad de analizar, interpretar y explicar una situación. La humanidad luchó tanto para lograr el derecho universal a la educación (saber leer y escribir) para ir perdiendo ese derecho y cambiarlo por el facilismo de ver una imagen.