Por: Ramón Gastón Barúa Lecaros
La función de un gobierno determina su existencia, al ejecutar las Políticas Públicas ad hoc, a las aspiraciones y necesidades de las comunidades.
La VOLUNTAD POLITICA del gobernante se muestra elaborando una Estrategia de Desarrollo, con planes y programas, para luego ser convertidos en proyectos de inversión. No obstante, en este presente, las acciones circenses de los políticos en general, distraen al vulgo, incrementa el morbo y perturba la gobernabilidad, propiciándose múltiples conflictos sociales.
La INCAPACIDAD GUBERNAMENTAL, no es otra cosa que una falta de visión prospectiva y negligencia política, traducida en anomia administrativa, producto de un ausente Plan de Gobierno y consecuente incapacidad de respuesta a las demandas de las comunidades.
Los conflictos sociales solo podrían mitigarse, fijando políticas públicas y ejecutando acciones, con mentalidad empresarial, conocimiento de la realidad, y manejo político. Un clásico ejemplo, es la referida a la reconstrucción de zonas afectadas por los fenómenos naturales, que se producen en forma cíclica.
El corolario, es la frustración como producto de la inacción de las instituciones y/o de las autoridades. Otra frustración, es la pasividad del gobierno nacional, así como regional y local, que, haciendo gala de la improvisación, la ausencia de responsabilidad, y el desconocimiento de sistemas de prevención frente a los fenómenos naturales, pretenden establecer las normas de prevención de riesgos y desastres en zonas críticas y/o vulnerables.
Finalmente, los conflictos sociales se producen por el vacío de un dialogo transparente, SIN MEDIAS TINTAS, SIN DOBLECES y… SIN DEJAR ESPACIO A LA MENTIRA.
El diálogo abierto y sostenido, facilitaría una convocatoria a los grupos políticos o politizados, para que asuman la responsabilidad compartida para realizar el esfuerzo común de superar, eventualidades o la crisis similar por la que atraviesa el país.
Para mí, no se trata de una crisis estructural, si no, un mal denominado juego democrático, con serruchadas de piso y actitudes protagónicas de aprendices, imberbes y con ansias de notoriedad irresponsable, basados en arcaicos conceptos ideológicos.
La credibilidad y la confianza, deberían ser cualidades inherentes a un gobernante, sino que, provienen de ejercer el liderazgo con racionalidad, transparencia y honestidad brindándole a las comunidades el mejor consejo con el ejemplo, basado en principios cristianos, valores éticos y morales.