Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Este “miedo” es uno de los más intensos, frecuentes y visibles en el ser humano. Sus implicancias pueden afectar el sistema cognitivo, autónomo y motor y, además, está reconocido como el segundo en agudeza después de la muerte. Invariablemente se exteriorizará en cada una de nuestras presentaciones; en consecuencia, debemos aprender a superarlo.
Desde una perspectiva provechosa constituye un estímulo para acentuar nuestro entrenamiento y empeño. La posibilidad de saber que puede limitar o entorpecer nuestra alocución, permite admitir este desafío con magna determinación. Nos enfrenta al reto de recurrir a innumerables recursos para salir airosos de esta presión en tan cruciales instantes.
Habitualmente se manifiesta en diversos niveles. Al momento de exponer sentimos un nerviosismo que influye en la secuencia de la charla. Incluso al terminar conjeturamos sobre nuestro desempeño y expectativas. Sin embargo, le sorprenderá comprobar que la percepción experimentada, no siempre es captada por los asistentes; es decir, ésta no imperiosamente percibe las alteraciones identificadas por el disertante.
Al respecto, deseo compartir recomendaciones para encaminar nuestra participación dentro de un contexto exitoso. Primero, grábese. De esta forma, realizará una evaluación posterior con espíritu crítico y aleccionador y, por lo tanto, podrá anotar errores, redundancias, imperfecciones y constatar si fueron detectadas sus virtuales omisiones. Es una herramienta bastante efectiva.
Segundo, ensaye. En ocasiones acostumbro practicar mientras converso con un amigo. También, elijo las nociones más representativas de mi venidera presentación para sustentarlas en una jornada académica. Este ejercicio facilita tantear nuestra capacidad de ordenamiento y convencimiento, entre otros elementos de enorme ayuda. Su alcance es infalible y nos familiariza con la acción que emprenderemos.
Tercero, las interrogantes difíciles. Haga un cuestionario con las más incómodas y enmarañadas incertidumbres; procese sus respuestas. Esté dispuesto para probables confrontaciones, dependiendo de lo controvertido del asunto. Soslaye una conducta agresiva o de superioridad intelectual. Sea receptivo frente a las discrepancias y los puntos de vistas opuestos.
Cuarto, el primer párrafo de su intervención. Si tiene un elevado temor puede memorizar los inaugurales minutos con la finalidad de principiar con serenidad. Es una opción bastante favorable para mostrar solvencia inicial. Defina con nitidez cómo comenzar. Recuerde: nunca vaya con el libreto aprendido; sea natural y espontaneo.
Quinto, el esquema. Es necesario concebir una estructura o mapa, con los aspectos a desarrollar, que lo acompañará para asegurar una coherencia disertación. Rehúya, impresionado por la emoción o nerviosismo, alterar su contenido. Sino es un vasto entendido de la cuestión a tratar, puede someter a los oyentes a un desorden conceptual abrumador.
Sexto, observe a oradores. Preste atención a la eficacia de conferencistas con amplia destreza y anote cualidades que convendría incorporar como parte de su estilo. Advierta el uso de las manos, el tono de voz, la forma de empezar y culminar, la postura corporal, entre diversos pormenores. No pretenda imitar a nadie; defina su propio talante.
Séptimo, la autosugestión positiva. Acuérdese de acontecimientos provechosos de los que haya sido protagonista y piense en la ilusión que su plática producirá. Alimente su fortalecimiento emocional admitiendo la importancia de sus conocimientos y aportes. Forje un vínculo amigable con los espectadores; pueden exhibir una actitud distante, pero no significa dejar de estar ansiosos de escucharlo.
Octavo, indague por su auditorio. Consiga la mayor información sobre sus características: curiosidades, dominio e interés en el tema, quehaceres profesionales, edades, disertantes previos, etc. Esto facilitará establecer conexión a partir de estar al tanto de un conjunto de particularidades de indudable valía.
Noveno, prepárese. Estudie, investigue y busque fuentes confiables. Oriente su tratamiento hacia las afinidades de su audiencia, añada actualidad, profundidad y demuestre solvencia: datos, citas, frases, casuística y vivencias personales. Eso comprueba la dimensión de su involucramiento. Su entrenamiento debe superar la erudición de su público; así tendrá mayor aplomo.
Por último, recalco lo múltiples veces afirmado: el expositor debe encarnar, sentir y respirar el mensaje que pretexte persuadir. Use los componentes a su alcance para convencer con convicción, ahínco y empatía. Embellezca su discurso empleando con elegancia la retórica, otorgue ritmo a su léxico, irradie energía y contagie la satisfacción de vivir esta actividad. Probará lo hermoso y magnánimo de comunicarse mediante la palabra.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social.