Por: Carlos Enrique Penalillo Pimentel (*)
A menudo, las respuestas a nuestros conflictos internos, a ciertos patrones de conducta que nos limitan, a nuestras dificultades existenciales y nuestros roles como padres, hijos o abuelos, se encuentran ocultas en nuestros primeros años de vida. Realizar una introspección honesta, recordando y analizando vivencias –buenas y malas– que nos marcaron psicológicamente, es un paso fundamental. El objetivo es reconciliarnos con ese niño que fuimos para sanar heridas emocionales que aún hoy nos afecta.
Aunque no soy psicólogo y escribo desde mi experiencia personal, espero que compartir mi camino pueda arrojar luz sobre algunos de esos conflictos internos. Quizás, al hacerlo, alguien más pueda mejorar su calidad de vida y sus relaciones con pareja, hijos, hermanos, padres y amigos.
La idea de que las experiencias tempranas nos moldean no es nueva. Incluso, desde diversas perspectivas terapéuticas, se reconoce la influencia de patrones heredados. A veces, junto con valores éticos y morales valiosos, también recibimos de nuestros padres y abuelos viejas costumbres de disciplina estricta, maltrato (quizás involuntario) o una notable ausencia de demostraciones de cariño. Estos legados pueden definir parte de nuestro destino, y es crucial identificar aquellos patrones negativos para evitar perpetuarlos en nuestros propios hijos y nietos.
Cargar con estas «mochilas» emocionales del pasado puede sentirse como una carga pesada, una energía que nos impide vivir en paz y armonía. Afortunadamente, existen diversas herramientas y terapias que pueden ayudarnos. En mi caso, una buena amiga de mi esposa me introdujo a una técnica llamada «Barras de Access». Esta experiencia me ayudó a liberar bloqueos energéticos y mentales, y tuvo un efecto notable al aliviar mi insomnio crónico, un problema que acarreaba un desgaste peligroso por la falta de descanso adecuado.
Más adelante, conversando con mi esposa sobre su formación como terapeuta holística, surgió el tema de la «sanación del niño interior». Ambos coincidimos en que es un proceso necesario para todos, sin excepción. Decidí entonces realizar una sesión con su maestra. Fue una experiencia profundamente reveladora que me permitió acceder a recuerdos olvidados, muchos de ellos felices, especialmente con mi padre. Sin embargo, también surgió con claridad la escasez de demostraciones explícitas de afecto y cariño en aquellos años, salvo raras excepciones.
Comprender esto me ayudó a entender innumerables aspectos de mi propia forma de ser, comportamientos que, probablemente, pudieron haber afectado a las personas que más amo: mi esposa, mis hijos y mi nieta. Si fue así, lo lamento de corazón. Pero creo firmemente que nunca es tarde para reorientar nuestro camino y buscar la armonía y la alegría que la vida nos ofrece. Un reciente encuentro con mi hermano y su familia en Chiclayo se sintió como un gran inicio en esta nueva etapa. Anhelo, con la ayuda de Dios y Nuestra Santa Madre María, seguir cultivando esta senda de sanación por el bien de mi familia y el mío propio.
(*) Marianista, católica, consagrada a la Virgen María. Docente, profesional de la Salud y tecnólogo médico.
Leer más: