Augusto Lostaunau: “Sonar” la huachafería y Federico Blume Corbacho

Por: Augusto Lostaunau Moscol

Federico Blume y Corbacho nació en Lima el 19 de abril de 1863. Poeta muy delicado; escritor costumbrista y satírico; periodista de renombre; profesor de todos los niveles; político y defensor de la patria durante la infausta Guerra contra Chile, es un representante magistral de la bohemia intelectual limeña de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Haciendo de todo para sobrevivir, pero, sobre todo, para seguir escribiendo. Amigo de Joaquín Capelo, Alberto Ulloa y Cisneros, Hernán Velarde, Germán Leguía y Martínez, Víctor M. Maurtua, Federico Elguera -El Barón de Keef-, Luis Varela y Orbegoso -Clovis- y Abraham Valdelomar -El Conde de Lemos-.

Terminó su educación secundaria en el prestigioso Instituto de Lima. Inició sus estudios superiores en la Faculta de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos cuando inició la Guerra contra las empresas mineras inglesas afincadas en Antofagasta y Tarapacá. Fue parte del Batallón N° 12 que defendió Ancón del bombardeo de la Marina de Guerra de Chile en 1880. Luego, participó en las Batallas de San Juan y Miraflores, donde como Capitán destacó por su resistencia a rendirse.

Migró a los Estados Unidos donde estudió en el MIT-Boston. Recorrió Europa y regresó al Perú en 1894. Inmediatamente se reincorporó a la bohemia intelectual y literaria de su época. Junto a Hernán Velarde publicó La Neblina (1894-1895), donde mantuvo su columna Todo en Broma, bajo el seudónimo de Balduque. Posteriormente utilizó el seudónimo El Amigo de Tejerina, cuando colaboró con El Comercio.

En su columna Todo en Broma, publicó una narración satírica breve titulada Sonar, la cual inicia:

“¿Qué es sonar? …Sonar es un verbo y también un arte que han llegado a conocer a la perfección muchas de nuestras notabilidades criollas …” Las señoritas Merejo están ya de regreso de Huacachina”, dice un cronista social …Y las señoritas Merejo suenan, porque Huacachina está de moda y es hoy un balneario mucho más aristocrático que Miraflores… No todo el mundo se puede ir a Huacachina, dejarse ver en Huacachina, bañarse en Huacachina y sobre todo, regresar de Huacachina… En el regreso está el meollo. Vuelven perfectamente doradas y sin espinillas… ¡Qué dichosas son las Merejo y cómo las envidia la huachafería, que sólo pueden remojarse en los baños del Porvenir o en la batea del traspatio!… Los jóvenes pudibundos también suelen ir a Huacachina … Antiguamente irse a Huacachina o a Piura era todo uno” (s/f II: 99).

¿Qué fue “sonar”? Significó que todos hablen de ti. De lo que has hecho. De lo que vistes. De lo que lees o escribes. De dónde has viajado y, mejor aún, regresado. Porque no es sólo poder viajar a otro lugar; sino poder regresar. Y el regreso se manifiesta como estatus social. Esto se manifiesta en todas las clases sociales. Los pobres que logran viajar al extranjero a trabajar, al momento de regresar, le manifiestan a sus familiares, amigos y conocidos sobre la “modernidad” que han vivido en otras ciudades del mundo. Los profesionales que salen a estudiar a universidades extranjeras luego regresan y manifiestan a sus colegas y alumnos las “novedades intelectuales” que han adquirido. Incluso, en clases, hacen alarde de conocer a tal o cual autor importante. Porque eso es “sonar”. Ser popular y popularizado.

Aunque “Sonar” tiene sus límites y limitaciones. Federico Blume lo graficó de la siguiente manera:

“¡Cómo han cambiado los tiempos!… Los que se van a Piura, por lo general, lo ocultan o lo disimulan, alegando negocios de algodón o de cueros de chivo… Los baños son allá de arena, y nada tienen de aristocráticos ni de agradables… Un regreso de Piura no se luce ni se publica: es un secreto de familia… Si las Merejo hubieran regresado de Piura estarían fritas; pero como han regresado de Huacachina, todo el mundo las saluda y las envidia… Están de moda” (s/f II: 100).

La aristocracia no trabaja, sólo dirige. Ha nacido con la experiencia heredada de sus padres abuelos, bisabuelos y todos sus ancestros. Ellos son los únicos que nacen con experiencia. Crecen con experiencia. Por lo tanto, han nacido y crecido para dirigir. Entonces, cuando viajan a lugares que “no están de moda” es por negocios. Para supervisar un negocio. Vigilar un negocio. Dirigir un negocio. O, simplemente, corregir un negocio. Su ausencia no conocida es una ausencia por negocios. Marcharon entre gallos y medianoche. Regresaron entre gallos y medianoche. Y, a pesar de que nadie preguntó por ellos, sólo indicarán que fueron negocios. Simples negocios.

Siguiendo con el “sonar” de la moda, Blume Corbacho agrego:

“Mucha gente se pone de moda con sólo regresar de alguna parte… Cuando la condesita de Locro regresó de París hubo conmoción en Lima… ¡Que sombrerones, qué ojerazas y qué faldas las que trajo la condesita!… Estábamos todos los hombres alelados y las mujeres reventando de envidia, porque para envidiosas las del sexo bello… Nosotros los hombres también cojeamos de ese pie; pero nuestras envidias son de otro género… Nombran a Casimiro ministro residente en Constantinopla. Pues en el acto comenzamos a crucificar al pobre Casimiro… ¿Quién es Casimiro?… ¿Qué vale Casimiro?… ¿Por qué y para qué han nombrado a Casimiro?… ¿Qué le ha encontrado el gobierno a Casimiro?… ¡Desdichado de aquel que alcanza un puesto gordo!… Lo vuelven toro de perros” (s/f II: 100).

No cabe duda de que “sonar” causa envidia y celos. Estar a la moda incomoda a muchas personas. La huachafería se esparce como el barro sobre la chacra. La envidia es propiedad del ser humano, más allá del sexo o género. Es un hecho cultural que lo aprendemos de las generaciones anteriores. El éxito personal es envidiado. En el Perú, si no eres de la aristocracia que nace con experiencia, no tienes derecho al éxito. Y, cuando lo tienes, quizás es porque has estado metido en cosas delictivas. El dinero se hereda. Tienes que ser millonario desde la cuna. Aunque, luego, todos traten de imitarte. Porque hasta para envidiar el peruano es huachafo. Se envidia el auto nuevo o la casita frente a la playa. Nadie envidia un título profesional. Se envidia el color de la piel o de los ojos. Nadie envidia ser autor de un libro. Se envidia el apellido o la estatura. Nadie envidia haber pintado un hermoso cuadro. Se envidian los signos exteriores de estatus social. Nadie envidia la inteligencia. Blume indicó:

“Por eso nosotros jamás hemos querido aceptar la presidencia de la República. Cierto que los pueblos no nos la han ofrecido todavía y que, según parece, no piensan en eso por ahora; pero, con todo, hace tiempo que, a pesar de nuestras aptitudes, hemos resuelto renunciar irrevocablemente a ella… En esto nos pasa lo mismo que al doctor Alzamora: no queremos nada… Debe ser atroz aquello de convertirse en blanco de todas las iras y en receptáculo de todas las solicitudes… Con razón entran tersos y espigaditos y salen llenos de ojeras y canas… Basta contemplar al pobre don Nicolás para darse cuenta de cómo maltrata la función de gobierno” (s/f II: 100-101).

La política y el gobierno es otro de los espacios donde se debe saber “sonar”. Porque el que no suena simplemente no entra o sale muy rápido de la misma. Cierto es que muchos que sí saben “sonar” hace mucho tiempo que han decidido no participar de ella. Ya que, en el Perú, la política no es un espacio donde se pueda conseguir un buen “sonar”. Corrupción y “sonar” no tienen una buena relación de amistad. Sólo los más perversos buscan “sonar” gracias a los actos de corrupción. Y si “sonar”, envidia, huachafería y chisme van de la mano como hermanos en el campo, la política es el mejor lugar donde pueden echar raíces y conseguir carta de ciudadanía. Un discurso disparatado te vuelve un gran orador. Caminar con el barro hasta la cintura te convierte en un presidente de la gente. Comer cebiche en el mercado te identifica como un político del pueblo. Correr varios kilómetros todas las mañanas te hacen un presidente disciplinado. Hacer ejercicios en palacio de gobierno, junto a tus ministros, te transforma en el presidente de la modernidad. La huachafería es la madre de todos los males en el Perú. Incluso, hasta de la corrupción. Pero, la peor huachafería de todas es escribir sobre la huachafería de los demás.

Federico Blume Corbacho nos conoce demasiado bien. Indicó que:

“Todos los ciudadanos respetables que fallecen resultan invariablemente “irreparables pérdidas nacionales” y son por lo general ínclitos, perínclitos, egregios, o cuando menos distinguidos… La envidia criolla suele respetar los umbrales del cementerio; con los que se mueren somos generalmente generosos; a menudo dejan vacantes que ocupar y ya no nos pueden hacer sombra… ¡Al enemigo que huye puente de plata!” (s/f II: 102-103).

Es que, en el Perú, si la envidia es huachafa, la huachafería es hipócrita. Entonces, entre “sonar”, envidia, huachafería e hipocresía vamos construyendo país. Cuando un alcalde muere, inmediatamente todos se pronuncian lamentando su desaparición. No importa que “roba, pero hace obra”. Siempre han dicho que aquel que se suicida va al infierno; aunque, en el Perú existen quienes se pueden suicidar un millón de veces y cierta prensa dirás que ya está en el cielo rindiéndole cuentas a papá dios. Porque hasta para suicidarse debes estar a la moda.

Pero, si quieres “sonar” con tu familia, incluso con aquella que jamás ha tenido un buen concepto o idea de ti, lo que debes hacer te lo recomienda Blume:

“Se ha comido lo de todos los días: sopa de yuyos, carne con chiche, frituras de plátanos, asados de camotes y un par de botellas de Burdeos del de don Antonio, el pulpero de la esquina, pero ¡Se ha sonado!…Ya todo Lima sabe que los esposos Verindoaga comen e invitan a comer… Total de gastos extraordinarios, doce reales en copas y un par de puros y el efecto es el mismo… Al día siguiente los parientes lejanos que lo asqueaban a Ud. por pobre se desgalgan sobre la casa y se deshacen en amabilidades…Los esposos Verindoaga comienzan a sonar” (s/f II: 106).

La comida puede ser huachafa, pero es una necesidad. Se puede soportar todo menos el hambre. La comida puede ser hipócrita, pero es comida. La comida puede causar envidia, pero hasta los envidiosos comen. Entonces, para “sonar” debes repartir puestos en tu mesa. En tiempo de crisis, la comida es un arma que la política utiliza para comprar conciencias. Y votos.
Referencia

Blume, Federico. Sonar. En: Primer Festival del Humorismo Peruano. Libro segundo. Una selección de Sofocleto. Ediciones Tierra Nueva. Lima-Perú. s/f.

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