Editorial: Un aniversario ante el espejo roto

Por: Javier Yoplac (Director)

Cada 28 de julio, el Perú se viste de rojo y blanco. Las banderas ondean en los techos y los discursos oficiales evocan a los héroes que nos dieron una patria. Sin embargo, bajo el fervor de los himnos y los desfiles, late una pregunta incómoda: qué celebramos exactamente?

Para muchos peruanos, la fiesta se ha vuelto un ritual ajeno, una herencia desconectada de su realidad. Quizás porque el verdadero civismo, ese que nace del amor y el entendimiento profundo de nuestro país, no se decreta en los colegios; se construye a partir de una mirada crítica y valiente a nuestra historia.

Y es que en este nuevo aniversario, el espejo de esa historia nos devuelve una imagen dolorosa. En 1532, el Tahuantinsuyo no cayó solo por el acero español, sino por la traición interna y la división. Hoy, a más de doscientos años de vida republicana, ese eco resuena con una familiaridad que estremece. Seguimos caminando sobre las ruinas de la misma contradicción, celebrando una independencia que en muchos aspectos sigue siendo una tarea pendiente.

El naturalista Antonio Raimondi sentenció que el Perú era un «mendigo sentado en un banco de oro». Esa metáfora ha sido superada por una realidad más cruda. Hemos pasado de la mendicidad a la prostitución. El origen de esta tragedia nacional no es solo económico, sino anímico: una endémica falta de amor propio, una herida en nuestra identidad que nos lleva, aniversario tras aniversario, a malbaratar nuestra riqueza y dignidad al mejor postor.

Si en el siglo XVI se entregó el oro del Coricancha por la evangelización, hoy la transacción continúa con otros nombres. Se entrega el oro, el litio, el gas y la biodiversidad a cambio de una vaga promesa de «desarrollo», mientras las comunidades dueñas de esas tierras contemplan la prosperidad desde la misma precariedad de siempre. Las decisiones que antes se tomaban en Sevilla, hoy se toman en las sedes de corporaciones multinacionales. Cambiaron los imperios, pero la lógica de la dependencia persiste, haciendo que la soberanía que celebramos se sienta, a veces, como una ficción.

Esta entrega se ha normalizado hasta volverse sistema. La clase política, en lugar de custodiar el patrimonio, a menudo actúa como la principal proxeneta. El poder no es visto como un vehículo de servicio, sino como una oportunidad para el enriquecimiento y el clientelismo. Se ha institucionalizado un lema perverso: «por mi bien, hasta mi casa vendería». Esta renuncia a la dignidad colectiva nos condena a sobrevivir de las migajas que caen de la extracción, consolidada bajo contratos-ley que blindan la entrega y nos dejan como meros espectadores de nuestro propio expolio.

Pero esta reflexión, en pleno mes de celebración de nuestra patria, no es un acto de pesimismo. Es un ejercicio de patriotismo radical. Así como en la cosmovisión andina los ciclos terminan para dar paso a uno nuevo, el Perú está a tiempo de convocar un pachakuti: una transformación profunda. Esta revolución no vendrá de reformas superficiales, sino de una insurrección del espíritu nacional.

Esa transformación exige mirarnos con honestidad al espejo para no repetir la tragedia de la división. Exige sanar la herida del alma, esa falta de amor propio que nos hace aceptar condiciones indignas. Exige dejar de ser simples recaudadores de impuestos, para convertirnos en socios de nuestro propio desarrollo, invirtiendo en conocimiento, ciencia y dignidad.

Nuestros antepasados nos legaron una historia mágica y maravillas como Machu Picchu. ¿Qué legado estamos construyendo para las futuras generaciones que celebrarán estos mismos aniversarios?

El futuro no está escrito. Y quizás, el mejor homenaje que podemos rendir a los próceres de 1821 no sea simplemente izar una bandera, sino completar su obra: forjar, por fin, una República donde la palabra «independencia» signifique una vida digna para todos. Esa es la única celebración que no se sentirá ajena nunca más.

Leer más:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *